mini ficciones


«aquello»

Cuando Burgalat despertó, ni siquiera se inmutó por la presencia absurda de una banda sueca de death metal en su recámara. El ruido es la venganza más dulce, había escuchado decir a alguien. Por eso, nadaba con cierta delicia de jugador primerizo en lo absoluto cuando todo era, a vista de los demás, multifactorial.
Situaciones así le perseguían desde hace tres meses. Poco a poco se fue acostumbrando a los miasmas de exclusión dorada a la hora del desayuno, a las genialidades que salían del grifo cuando tomaba la ducha que siempre se tornaba en baño exprés para huir de esos consejos en esperanto. Por fin, ese día creyó haber ganado.
Hace tres meses Burgalat era un sujeto normal. Triste, algo aburrido, con un mal empleo que no daría -he knows it- una pensión para vivir decorosamente en su vejez (quizá por esa preocupación se hizo presente «aquello» que devino en todo lo que enfrentaría a diario); buen compañero, dirían poco tiempo después sus compañeros al saber de su desaparición antes de volver a lo suyo y perderse en reducidos cubículos provistos con la luz suficiente que aconsejaba el manual de operaciones; mal amante, exteriorizó con sorna una ex, resentida por el cambio repentino. Una zorra, había escrito Burgalat en su bitácora, ¨que nunca entendió esa incomodidad que trae el vivir junto con alguien se conoció en la sala de espera de un dentista¨.
Burgalat decidió postularse a un ascenso. Eso fue antes de que llegaran las cajas sorpresas de conductas ligeras. Nunca tuvo presente el descaro que se escondía en los entresijos de esos cubículos, la musicalidad tan contagiosa de unos saludos cordiales al punto de las 5pm, el farfulleo de un político Au revoir.
Reunió unas cuantas recomendaciones, pequeñas firmas que escondían influencias verdaderas, organizó una presentación en uno de esos paquetes informáticos de última generación, elaboró un plan de ataque que resumía en 5 puntos su propuesta. Todo era factible.
La presencia absurda de una banda sueca de death metal lo despertó justo en ese momento. Tocaron un par de minutos sin inmutarse. Ese día, cuando más seguro se sentía, se dió cuenta que lo único que podría esperar era su descomposición.

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    Aquí nos encontramos los que escupimos y cupimos, los que dejan abierta la puerta y sonríen como farolitos. What’s happen now? [sic] Alguien tenía que poner on-line el cruel circo de anuncios fortuitos. Detonar la bomba, porque sí y porque ya no hay tiempo para agobiarse, la pena ajena nunca fue un pretexto, tan sólo un yield de liga intertextual. Una falsa esperanza. Cómplices, cercados, envueltos en celofán y cristal, arropados por la inconsciencia, bendecidos por el alcohol y esa cosa siniestra [voluntad propia]. ¿Vamos a explotar o qué? Necesitamos algo más que inseguridad, necesitamos dinamitar la ciudad. (Ubertrip, Moho 2003)


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