Tijuana Neon Nights

Tijuana neon nights

Cada noche, mi necesidad de fiesta me cita como una amante de postín que requiere alto mantenimiento. Casi siempre atiendo su llamado como si estuviera en un weekend fabricado exprofeso. Dispuesto a (casi) todo, con el vértigo de cazador de estrellas, con la alegría perniciosa que no se compra sin receta médica en una drugstore fronteriza, en plena sensación de interés fortuito por lo que sé  podría acontecer. Sí, soy un jugador que toma ciertos riesgos.
Callejear o ir de bares es caer inmerso en una telaraña de posibilidades, recrear un plan de juego y recordar el porqué nunca tengo una ruta fija. Soy demasiado debordiano para ello. Camino sin buscar algo concreto, fluyo con la idea de que los obstáculos de la cotidianidad son siempre pequeños retos a vencer, que el premio es algo más que unas cuantas horas de euforia reglamentada por lo que se comenta en las revistas de vanidades o en las redes sociales.
A veces caigo en  bares con los que me identifico, en los que conozco a gente que ha trascendido la rutina y la ruina, en los que parar a beber una cerveza es sólo el inicio de un proyecto de noche bajo el ritmo amable de un DJ de grandes éxitos y el encandilamiento de los estrobos que bordean una pista de baile inexistente.
Sí, la noche se renueva, nos congrega a pesar de todo lo que vemos en las tele news y su tremendismo atroz que tanto mal ha hecho a nuestro bienestar social. Veo de reojo como todo se desborda en charlas afables y complicidades extremas que nos hace sudar en madrugadas (casi) eternas. El ritmo, el desaforado feeling de No Fear, the last call para
una juventud bulletproof. Dance, dance, dance.
A veces todo se reduce a esperar a los amigos que están en otros bares, a los espías y cómplices que nos avisan vía sms las coordenadas de una fiesta que se mueve por toda la city o que, vaya modernidad tan intrusiva, es documentada en real time. Lo que hacemos, lo que escuchamos, lo que vibramos: todo queda grabado, almacenado, etiquetado,  posteado en algún sitio. Nuestra memoria pixeleada perfecta.
En algún momento, la fiesta se agranda, se extiende por ese sentimiento de apego vivafamiliar que nos hace más fuertes que el estruendo mental del wall of sound de Phil Spector y que tanto irrita a los auto-excluidos que ven a lo lejos o se enteran de segunda mano cuando la noche salvaje que vivimos toca los extremos, pierde ese tufo elitista y olvida esa
premisa de perdiction y falta de decoro (ese lugar común que tanto se explota en las crónicas que aparecen en los suples dominicales o la voz de alarma en las radiotribunas que sintetiza el oprobio de los guardianes de una moral ciudadana). Mientras eso sucede en el exterior a destiempo, adentro todo es motivo para celebrar y descifrar los guiños de una generación educada para hacer del ocio sibarita una profesión harto redituable.
A veces el fulgor del hype es tan engañoso. Uno no puede vivir en el pasado y tratar de sostener viejas glorias o luchar por siempre contra leyendas negras que ya ni caso tiene revisitar. Uno no puede creerse todo lo que ve, escucha o siente (so sorry, más que escepticismo es sentido común). Al vivir la noche y gozar su intensidad, sobrevivimos en la
city del miedo y la impunidad que nos quiere ver encerrados en nuestros hogares.
Tijuana neon nights. Aquí y ahora somos unos adolescentes de corazón puro, sintonizando el zeitgeist de lo contemporáneo cada segundo, ideando nuevas formas y estructuras que, tras la fiesta, pondrán en duda todo lo que vivimos anteriormente. Esa vida nocturna nuestra es el juego de espejos en el que nos vemos y nos gustamos. Un anticipo de lo que vendrá.

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    Aquí nos encontramos los que escupimos y cupimos, los que dejan abierta la puerta y sonríen como farolitos. What’s happen now? [sic] Alguien tenía que poner on-line el cruel circo de anuncios fortuitos. Detonar la bomba, porque sí y porque ya no hay tiempo para agobiarse, la pena ajena nunca fue un pretexto, tan sólo un yield de liga intertextual. Una falsa esperanza. Cómplices, cercados, envueltos en celofán y cristal, arropados por la inconsciencia, bendecidos por el alcohol y esa cosa siniestra [voluntad propia]. ¿Vamos a explotar o qué? Necesitamos algo más que inseguridad, necesitamos dinamitar la ciudad. (Ubertrip, Moho 2003)


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