TOMORROW (Never Knows mix)
Tomorrow llegó a nuestra vida con un plan de asedio permanente, sereno tras las barricadas de corte afectivo que luego serían material idóneo para múltiples cicatrices. Su montaje era espectacular, quizá algo sordo y perezoso para la tendencia mainstream pero con la magia de antaño, muy de disco extended play a 45 rpm (algo pop, casi de record collector). Su presencia habitual lo convertiría pronto en el copiloto arquetipo para nuestro viaje por el carril de la incertidumbre. Caímos.
Tomorrow fue una ola radiante de seducción para surfear el verano más ruidoso de nuestra vida. Apareció puntal, en una esquina de la barra, superdrunkie como todos nosotros. Nos reímos mucho al recordar como coincidíamos casi en todo. En uno de esos after-hours ilegales, estuvimos calibrando las sensaciones recién llegadas a la city; a medio camino de una mini-pista llena de chicas lindies con ese tonto lipstick bajo los párpados (de esas que bailan medio tristes cerca de las bocinas, casi sin mover los pies); escuchando al pasar, sin poner mucha atención, las diatribas de esos chicos alebrestados que destrozan cada fin de semana las esperanzas paternales puestas en ellos; felices con una orden de restricción apenas revocada, bajo el efecto de los weirdreams en el resquicio de la nueva intimidad que ataja cualquier promesa de sobriedad; desubicados, desordenados, deslumbrados por ese relámpago que es la existencia aventurada en lo liminal.
Tomorrow era un quemaetapas, un puritano entre lo desquiciado del entorno laboral y el deslave clasemediero, el agente provocador que aunque sabemos que terminará siendo el peor de los conformistas nos conmueve y envuelve en sus juegos; eso que, aún sin saberlo, ayudaría a descifrar lo inefable en los momentos de estoicismo; alguien que (re)conoce las coordenadas de lo que necesita ser experimentado por cuestiones meramente probabilísticas; algo que explota esa inexorable confusión que nos acompaña como grillete. Un arma cargada de sueños imposibles en la etapa más feroz del capitalismo tardío, el culto al recuerdo que nos incitaba a romperle el cuello a la indiferencia actual, aquel “I don’t care” tan socialmente disfuncional pero efectivo. Un vortex sin remaches ni reproches al uso, la clave de acceso a los excesos que nunca supimos despreciar, el scratch que alucinó alguien en el cobertizo de nuestros miedos tan primarios.
Por una breve temporada, Tomorrow fue la utopía destroyer. Tomorrow viviendo nuestra vida casi en paralelo, Tomorrow con nosotros en todos los sitios, Tomorrow haciendo planes compartidos. Tomorrow mandándonos mensajes para saber cuál era nuestro próximo stop, Tomorrow preguntándonos los detalles más triviales de nuestra existencia, Tomorrow leyendo nuestras viejas historias. Tomorrow en nuestras fiestas, Tomorrow cómplice y testigo de nuestros efervescentes desvaríos, Tomorrow en nuestra órbita de influencia. Tomorrow casi hecho a nuestra imagen y semejanza, Tomorrow copiando nuestros ademanes o pidiendo nuestros tragos favoritos, Tomorrow adivinando nuestros pensamientos. Tomorrow y nosotros. O nosotros y Tomorrow. Tomorrow, siempre Tomorrow.
Tomorrow, en el frenesí de una madrugada enfiebrecida rayando en lo dinamita, casi nos mata. Salíamos tanto, bebíamos tanto, nos drogábamos tanto que era lógico intuir que alguna vez algo iba a terminar mal. Demasiada urgencia, demasiada velocidad. Nunca tuvimos miedo de abandonar este plano material, ni siquiera pensamos en nuestras familias o amigos, estábamos/estuvimos tan tranquilos a la deriva que ni cuenta nos dimos cómo evitamos el desastre. Ahora, tras el bajón, pensamos si tal vez nuestra muerte hubiera sido un espectáculo hermoso, uno de esos gestos algo tontos y egoístas que sirven para acabar con todas las contemplaciones emo-core o de esos sucesos intrascendentes que terminan en la parte inferior izquierda de las páginas interiores de un diario local que nadie lee.
A veces Tomorrow escuchaba lo que le queríamos decir, otras sólo hablaba y hablaba: de la rutina que domestica o aniquila hasta el espíritu más fuerte, de jefes amables y coworkers llenos de frustración, de comidas favoritas y las nano-acciones que detonan grandes problemáticas, de eso que no deja dolor ni huellas pero que sabemos es una calamidad latente. Tomorrow hizo visible nuestras diferencias, esa lucha intestina que nos quiere destruir o ese desenfado que hace referencia a casi todas las frases que olvidamos decir. Suya era esa duda que nos llevó al momento preciso en qué suceden las cosas importantes, cuando se desestructura el tiempo y la imaginación es el eje de vida. Un conjunto de circunstancias que nos hizo extraordinarios, un cataclismo de ideas peligrosamente modernas, esa condición espejo que tanto asusta a la gente de los projects. Lo nuestro era algo distinto.
Tomorrow, en medio de una noche inquieta y opaca, nos dijo que nunca fuimos sinceros, que siempre nos quedamos callados cuando quería escuchar de viva voz lo que nos pasaba, que un “No” repetido una y otra vez mientras movíamos de un lado a otro la cabeza justo en el apogeo de la Happy Hour en el bar que marcó nuestras noches más salvajes sólo era el síntoma de nuestra incapacidad para ir más allá de los mecanismos de deseos intransferibles y la esperanza matemática de los que se arrepienten y sobreviven con ofertas de felicidad instantánea que ofrecen las revistas sin futuro, una evolución tan sentimental que estaba destinada a convertirse otra vez en nada. Una temprana elección, un bombardeo frecuente, un estado denso, el esplendor confidente del amontonamiento de soledades: las nuestras.
Una palabra inaudita, un escape nuevo,
la conciencia desalmada. Lo soterrado,
malos cimientos y putas obsesiones.
Esa inútil acumulación de errores,
libertades abolidas, una tristeza horrible.
Las cosas que más nos extrañan:
el dolor de nuestros brazos,
los abrazos nunca dados
en las despedidas.
La última vez que lo vimos, Tomorrow nos contó algunas cosas que no sabíamos de su historia engargolada: los accidentes familiares que se mantienen presentes en la memoria, la depresión a los doce años, el desconcierto de la era grunge, la necesidad de reconocimiento, una sensación continua de insatisfacción, esa tristeza casi literaria que le atacaba tras aspirar la última línea de la noche. Hablamos de nosotros, de la gente que estornuda viendo al sol, de los happy few frente al futuro mal recortado; de la lógica melodramática como una oscilante plegaria sin voluntad que difumina el corte de caja paradigmático en la vida de alguien, del tímido entresijo que cosifica al desmadre como el encuentro o el adiós definitivo, del gran descaro que anula toda posibilidad al no pensar que los otros esperan algo en lo que se avecina.
Sin responder nuestra última pregunta, esa que ni siquiera pudimos enunciar pero que intuía hipersensible, Tomorrow nos dejó a las cinco de la mañana en el sitio de taxis. El frío era terrible.
(Versión extended del texto aparecido en el libro Morrissey y los atormentados, editado por la revista Marvin en su línea Rock para leer, 2013).
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